
La verdad los hará libres | Sandy González
A cinco años de la elección presidencial del 2030, el panorama político en México empieza a asomarse con los primeros destellos de los posibles candidatos que buscarán liderar la nación. En un escenario donde Morena ha consolidado su dominio y ha puesto en jaque la fuerza de oposición, el Partido Acción Nacional (PAN) busca posicionarse con miras a un futuro que aún parece lejano, pero cuya preparación ya está en marcha.
Recientemente, el dirigente nacional del PAN, Jorge Romero, reveló los nombres de quienes podrían ser las cartas fuertes del partido en esta carrera. Destacaron cuatro perfiles: Mauricio Kuri de Querétaro, Teresa Jiménez de Aguascalientes, María Eugenia Campos de Chihuahua y Libia Dennise García de Guanajuato. Es notable que estos perfiles sean los únicos gobernadores en activo del PAN en ese momento, lo que refleja una tendencia que ha caracterizado a la oposición: apostar a figuras con experiencia en gestión estatal para dar la batalla por la presidencia. Además, la presencia de tres mujeres en esta lista revela una apertura hacia la paridad y una apuesta por liderazgos femeninos en cargos de alta responsabilidad.
Sin embargo, lo que llama la atención es la postura de Romero de no postularse en esta oportunidad, alejándose así de los reflectores para centrarse en la creación y consolidación de perfiles que puedan surgir en el proceso. Su declaración de que en seis años la realidad puede cambiar radicalmente evidencia la volatilidad del escenario político y la necesidad de mantener el anhelo de renovación, pero también, quizás, refleja una estrategia de silencio y observación propia de una etapa de tránsito.
El pasado electoral evidenció que el PAN ha tenido dificultades para mantenerse en la contienda presidencial: Ricardo Anaya en 2018 y Xóchitl Gálvez en 2024 se convirtieron en figuras emblemáticas de un esfuerzo que, si bien no logró la victoria, dejó lecciones importantes respecto a la necesidad de presentar propuestas frescas y de renovar rápidamente sus cuadros políticos. La elección de sus candidatos, en ocasiones, ha sido fuente de debate sobre la idoneidad y la capacidad de representación de los perfiles seleccionados.
Pero más allá de los nombres y las estrategias, lo que está en juego es la capacidad del PAN para revitalizar su imagen, conectar con los electores que buscan un cambio real y ofrecer un proyecto que supere las percepciones de inercia y división que a veces han prevalecido. La referencia de Romero a que en apenas tres meses la realidad puede cambiar refleja la incertidumbre en la que navega la política mexicana, pero también subraya la importancia de la anticipación y del fortalecimiento interno del partido.
En conclusión, el camino del PAN hacia las elecciones de 2030 se perfila lleno de incógnitas, pero también de oportunidades para renovar sus liderazgos y redefinir su proyecto político, pues de no hacerlo este podría ser su último año como oposición ante el partido guinda. La competencia prevalecerá en la medida en que logren consolidar figuras que inspiren confianza y movilidad social, y que sean capaces de enfrentarse a la apuesta fuerte de Morena en los próximos años. La historia aún está por escribirse, pero lo que sí es claro es que la oposición necesita más que nombres; requiere de un liderazgo con visión, capacidad y, sobre todo, con un compromiso claro hacia la esperanza de un México más plural y democrático, algo que deja en duda si lo logrará.